Tiempo de patatas

15/04/2021

Existen palabras que dichas o pensadas por una sola persona parece que no, pero puestas en boca, pensamiento y acción de muchas cambian mundos.


Estas palabras no es que surjan un día como la planta de patata en un campo que antaño se labró y cuya siembra se abandonó en un tiempo remoto. Estuvieron y están ahí, bajo tierra, solo hay que sacarlas otra vez.

En un erial, cuando nos encontramos en la superficie las hojas que reconocemos como las de una mata de patata, podemos llegar a pensar que han surgido sin más, o que algo o alguien, hace tiempo, las cultivó y olvidó. En esta tierra de la que levantamos la punta de la bota para no pisar las hojas con flores que acabamos de ver, reconocemos no un despertar desconocido y floral de la naturaleza, sino algo que forma parte de la huella humana en el mundo.


Si seguimos dando tralla a este aspersor de conclusiones, arborescencias, similitudes y comparaciones, podemos incluso llegar a reconocer que la mata de una patata es persistente, resiste los embates atmosféricos y llueva, truene o nieve, es capaz de volver a renacer, aunque ya no exista un par de manos humanas que se ocupen de ella. Es decir, resurge de manera sorpresiva donde una vez germinó cuando fue abandonada porque ya no era rentable plantarla en ese lugar.

Con algunas palabras, como con las patatas y sus matas, ocurre también todo esto que se acaba de contar líneas arriba. Aunque nos bañe de extrañeza, algunos términos revisados hoy son como las matas de patatas que alguien dejó de sembrar, pero ahí siguen.  Cada año esperan un milagro de la primavera, como las ramas del olmo seco al que dedica el famoso poema Antonio Machado.  Esperan bajo la tierra. Son invisibles, pero están. Son los cuidados.


Las patatas normalmente no vienen solas. Casi siempre fructifican acompañadas, en comunidad, en pequeña o grande asamblea. Siempre en plural. Pocas veces encontramos al arrancar la mata un fruto solitario.

La palabra cuidados no tiene un sentido igual si la pronunciamos en singular que al hacerlo con esa letra torcida, serpenteante, con esa ese que da cuenta de su nacer al lado de otras compañeras. La palabra cuidados tiene alma de patata. Sirve para alimentar a toda una comunidad. Y si no, que se lo digan a los indígenas altiplánicos que son los que las descubrieron, o a los irlandeses de mitad del siglo diecinueve a los que salvó del hambre, o a Van Gogh.


La palabra cuidados, como la patata, lleva en su interior decenas de multiversos llenos de potencial sanador. Su vínculo con el mantenimiento del mundo y su perpetuación, son evidentes.

Hace unos días, Victoria Camps, filósofa y escritora, publicó en Arpa editores un libro que lleva por título Tiempo de Cuidados. En él se habla de la vulnerabilidad de nuestro mundo, algo que no sabíamos del todo y que hemos descubierto en este tiempo de silencio y de ruido pandémico. Habla también del derecho a los cuidados y del deber de cuidar. Cuenta también que los cuidados no son rentables, ni se pagan como se pagan otras cosas y dice a su vez que son invisibles. A lo largo de la historia han sido las mujeres las que se han encargado de cuidar a los suyos y a los otros.

¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía, es un libro de Katrine Marçal en el que ya desde el título, de manera irónica y certera se alumbra esta invisibilidad.


La división de tareas en torno a la separación entre trabajos productivos y reproductivos ha colocado los cuidados en las tareas asignadas a las mujeres, a las reproductoras, quienes la han realizado de manera oculta, callada y sin percibir nada a cambio, obligadas.

Los cuidados no son rentables económicamente hablando. La lentitud tampoco es rentable. El dinero es tiempo destinado a lo que esta sociedad considera productivo. Hay dos tipos de tiempo: el del trabajo remunerado y rentable y el de los cuidados. Pero las personas no somos sin cuidar y sin ser cuidadas, aunque esto no engorde cuentas de beneficios. Hay tiempo que no se vende en el mercado del tiempo de los beneficios dinerarios.


Es curioso que hoy en día, un asesor de un gran fondo internacional que trolea en bolsa sus cuitas, sea fichado y tenga todos los parabienes, sueldos, repartos de beneficios, las dietas y los pasajes de avión y hasta casi la casa pagada para volar de un país rico a otro y abrir tiempos destructivos en las economías productivas del país que lo ha captado. Mientras uno se desplaza en avión y está lleno de valores añadidos, otra, una mujer emigrante, llega como puede al país al que no quiere ir, pero tiene que ir, y consigue un trabajo invisible y mal pagado que consiste en cuidar a una persona mayor, o a una niña o un niño cuyos padres sirven al primero, al que ha viajado en avión.


La labor de los cuidados no es solo responsabilidad de las familias, de esas cuidadoras a las que también hay que pagar bien y hay que saber cuidar para que cuiden descansadas, para que aporten tiempo bueno a las personas que tienen a su cargo, para que rieguen la sociedad de los hilos invisibles de esa gran red de cuidados que es la única que nos sostiene contra cualquier abismo o profundidad, que son muchos con las que la vida de un ser humano se topa.

Es una labor de toda la sociedad, de la comunidad, de los Estados. Y esta difícilmente se puede llevar a cabo con generosidad si le fijamos como único objetivo su rentabilidad. Cuidar no es rentable, pero es más necesario que otras muchas actividades productivas y a la vez destructivas. Las tareas reproductivas entre las que se encuentran los cuidados invisibles son creadoras de vida, algo que contrasta con las productivas que hacen todo lo contrario, en muchos casos destruyen. Llegan nuevos tiempos que todavía no hemos imaginado. En ellos, los cuidados tendrán un papel primordial. Las personas y agentes sociales que los desarrollan deben abandonar las profundidades de la tierra y ser visibles y ser reconocidos y apoyados y estar bien pagados.


Camps, la escritora de la que se habla líneas arriba, establece en su libro y lo cuenta en más de una entrevista que de los tres conceptos que iniciaron la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad, hay uno del que nos hemos olvidado y ahora es un gran momento para recuperarlo, el tercero de ellos, el que tiene que ver con el cuidado de una misma o de uno mismo y el deber de cuidar a los demás si no queremos morir de desarrollo y crecimiento, dos pandemias más terribles que la de los coronavirus.

Vienen tiempos difíciles que solamente los cuidados y la fraternidad harán posibles y vivibles.

¡Cuídense, cuiden los cuidados!

 

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