La memoria es el espacio en el que algo sucede por segunda vez
Paul Auster
NOTA IMPORTANTE: Se recomienda leer este artículo con la escucha de esta canción para que la experiencia de su lectura sea mucho más plena: MORNIN´
Es extraño, pero cuando se llega a mi edad -setenta años-, las primeras etapas de la vida se hacen más presentes. A los cuarenta no piensas realmente en la infancia. Estás demasiado inmerso en la lucha diaria por estar vivo, el trabajo, la familia, la situación que sea. Pero a medida que uno se hace mayor, empieza a pensar en la imagen en conjunto –the big picture-.
Son palabras del Paul Auster, uno de los grandes escritores norteamericanos de la actualidad. Hoy Paul Benjamin Auster tiene setenta y dos años. Es autor de unos treinta libros y se pueden encontrar citas como esta tanto en sus novelas como en los centenares de entrevistas que hay de él en la red, en internet.
Escogemos esta cita porque en ella se revela de una manera muy clara un conocimiento fértil, atroz y sereno de la vida humana.
La vida deja de ser una lucha cuando alguien se acerca a los setenta y es el instante en el que se elabora la gran imagen, el instante del tiempo en el que se puede mirar a la infancia y verla otra vez cuando ya no eres una niña, aquel niño que fuiste, observarla en un tamaño mayor, a mejor resolución, cuando puedes contemplar no todo, pero gran parte del lienzo: el cuadro de tu vida en su grandiosidad.
La elaboración de la historia de una vida dura toda una existencia. No sabemos si vivimos para contarla o si vivimos para descontarla. Lo único que sabemos es que la mitad de la vida se dedica a la lucha por vivir, por tener un sustento, una casa, pagar una hipoteca, educar a los vástagos sin libros de instrucciones, tratar de ser feliz o buscar bienestar en los escasos momentos en los que la ocupación nos permite hacerlo: fines de semana, vacaciones, tardes de lluvia y amor.
Pero puede que estemos tan cansados en esos espacios de tiempo vacío que ni siquiera tengamos horas para llenar de algo nuestro ese río interior que no para de fluir. Cuando se deja la década que nos lleva a los setenta años, tiempo en el que la preparación de la muerte es una ceremonia vital diaria, es cuando hay que elaborar ese gran fresco de la vida porque es ahí, en esa edad, donde por fin tenemos herramientas de visión total para hacerlo.
Las personas mayores tienen esa oportunidad. Las personas mayores disponen de esa capacidad. Pero hay que verla, hay que darse cuenta y esto se hace entre otras cosas con tiempo activo, con la visión de una o de uno mismo desde esa distancia embriagadora.
Es cierto que vivimos en una sociedad en la que las complejidades judeocristianas que nos educaron impiden ver la muerte como el final de un cuadro que hemos compuesto como partitura durante los veinte años de vida final. Para eso habría que recurrir a las filosofías orientales que son bastantes más comprensivas en este aspecto.
La vejez es la preparación para la muerte. Suena crudo. Pero es así. En la etapa en la que ya nos hemos hecho mayores, insisto, no tenemos dieciocho sino setenta, ¡qué bello número!, en esta etapa de nacimiento nuevo hacia la vejez que nos lleva a la muerte disponemos de la capacidad de toda una vida para ver lo que hemos sido como una gran tela en el museo de nuestra percepción y de nuestra memoria.
Allí encontramos lugares imprevistos, habitaciones cerradas, jardines que desaparecieron en ese lugar de nuestra mente donde habita el olvido. Escalinatas que nunca subimos porque una vez nos dio miedo hacerlo o porque las tareas del sustento y sus trabajos nos impidieron hacerlo. Una de las consignas de Sirimiri en su trabajo sociocultural y sociosanitario con personas mayores consiste en activar la vida en el momento de los nuevos nacimientos que procura la edad mayor.
Al cabo de todo está el azar, lo imprevisible, la incertidumbre con sus principios. La vida puede que cuando se llena de tiempo sin mundanas obligaciones se haga experta en disfrutar de lo inaprensible, cuando la lucha por ella se apagó como se enfrían las ascuas de un fuego vivo. Ahí es donde está el resumen, donde moran los sentidos, los encuentros crepusculares, la pasión última menos borrosa. La mayoría de edad de la que hablamos es la última oportunidad que nos da el tiempo humano para agarrar con las manos las nubes de la existencia.