Soy vieja porque estoy hecha de tiempo

04/10/2021

Tengo 56 años, ya pasé la menopausia, me duelen un poco los huesos, tomo calcio. Pero tengo una sabiduría, un placer, y un conocimiento de mi sexualidad, de mi cuerpo, de mi deseo, de lo que quiero, de lo que no quiero… He dado dos millones de batallas y he ganado muchas, aunque he perdido otras. Efectivamente ahora voy más lenta porque es también una decisión. Lo que sentimos es que no tenemos espejo frente al que mirarnos. No somos viejas como fueron nuestras madres, tenemos que construir una nueva vejez y tenemos un mundo que no está preparado para estas nuevas minas que somos, que vamos a vivir muchos más años y que los vamos a vivir plenas, más felices, porque somos producto de las decisiones que fuimos tomando y de los derechos que fuimos conquistando.

Gabriela Cerruti

 

Soy viejo porque estoy hecho de tiempo.

Juan Carlos Márquez

 

Se acaban de publicar varios libros con el apelativo, con la denominación vieja en sus títulos, para referirse a mujeres de edad, mujeres mayores, mujeres que han llegado a la etapa del último viaje. El término vieja todavía mantiene una carga despreciativa, y no es muy bien acogido para referirse a una mujer que supera los…, no voy a poner edad. Lo de la vejez y la edad tiene mucho que ver con la época, con los contextos socioculturales, las economías y las etapas históricas.


Permitidme una referencia eruditoide.

En el capítulo XXXI de El Quijote hay una discusión soterrada, llena de requiebros y perífrasis entre Sancho y Doña Rodríguez de Grijalba, dueña de la duquesa. El Caballero de las Triste figura y su escudero han sido recibidos por los Duques por primera vez como lo que son, “la flor y nata de los caballeros andantes” Pero sucede que ese honor, esas alharacas y bienamores, recaen en su mayoría sobre El Quijote y en mucho menor grado sobre Sancho, a lo que este último se niega, sobre todo porque considera que tal y como han recibido a su señor y sobre todo a Rocinante, tienen que cuidar a su jumento y a él mismo. Tal que así se lo expone a Rodríguez de Grijalba, una de las damas de los Duques, la cual no entiende porque Sancho tiene que ser merecedor de ese trato. Sancho se ofende y le recuerda a esta mujer un pasaje de Los mitos de Arturo, El Santo Grial, Ginebra y Lancelot.

Es curioso este momento porque se trata de la primera vez en la que Sancho cita un romance caballeresco, señal de que está quijotizándose a marchas forzadas. Pero vamos a lo que íbamos. Rodríguez de Grijalba le viene a decir que, si es juglar, que se guarde sus juglarías y payasadas para quien se las pague, que ella no está para eso, y que si continua por ese camino lo único que se llevará de ella será una higa. Para entendernos hoy: que le hará una peineta. Sancho le responde con una referencia a un juego de cartas tras la que se intuye lo que realmente le está diciendo: aunque no pase de los cuarenta, es una vieja, pero no pronuncia la palabra. Grijalba, tanto o más inteligente que él, le caza al vuelo y le responde que, si es vieja o no, “a Dios le daré cuenta que no a vos, bellaco harto de ajos”. La Duquesa, que se encuentra cerca, escucha el alboroto y Grijalba, la dueña, tiene que explicarse:

“Aquí las he con este buen hombre, que me ha pedido encarecidamente que vaya a poner en la caballeriza a un asno suyo que está a la puerta del castillo, trayéndome por ejemplo que así lo hicieron no sé dónde, que unas damas curaron a un tal Lanzarote, y unas dueñas a su rocino, y sobre todo, por buen término me ha llamado vieja.”


El término vieja como afrenta, insulto, desmerecimiento de alguien se encuentra ya no solo en esta obra sino en nuestra cultura de una forma muy asentada. Algo contra lo que habrá que pelear o no, depende de a dónde se dirija el debate argumentado.

Así lo explica la duquesa: “Eso, (se refiere a lo de vieja), tuviera por afrenta más que cuantas pudieran decirme”, es decir, que te llamen vieja es lo peor que pueden llamarte.  


Habrá entonces que o reconocer la valentía de titular libros con el término vieja en sus portadas, o llevarse las manos a la cabeza por utilizar un término tan afrentoso. Bien, pero hay más. Para nada se utiliza el término vieja en los libros: “La revolución de las viejas”, de Gabriela Cerruti, “El manifiesto de las mujeres viejas”, de Mari Luz Esteban, o “Yo, vieja”, de Anna Freixas como un término que insulte o que recoja la extensa referencia despectiva a la que este término señala en los capitales simbólicos de hoy. Es importante señalar que la palabra vieja puede utilizarse como sustantivo o como adjetivo. Puede referirse en ambos casos también a una cosa o a una persona o a persona tomada como cosa o viceversa.


Si atendemos a su origen latino, vieja es el femenino de viejo y proviene del vetulus, vetula, vetulum que nombra algo viejo como adjetivo y del vetulus, veteli, que nombra viejo o vieja como sustantivo. Seguro que aquí hay una gran diferencia. No es lo mismo definir una persona adjetivándola como vieja, que sustantivándola con este término. Sobre este punto se articula hoy la nueva definición que todavía no contempla una adhesión masiva pero que desde el punto de vista de escritoras como Freixas está llena de nuevos caminos, libres de insultos. Insisto: no es lo mismo adjetivar que sustantivar. Recalco: tampoco es lo mismo hacerlo entre iguales que entre diferentes. No es lo mismo ser gay y llamarle a tu pareja maricón, o a un amigo, que no serlo y llamarle a otro maricón. El mismo término en un caso o en otro significa distintas cosas. A veces lo que se dice no está en lo que se pronuncia sino en el subtexto que hay bajo lo dicho.


Si a una persona mayor se le adjetiva como vieja, hoy por hoy se entiende como insulto, no solo por el término adjetivado sino por la confusión declarada en el que utiliza el término, de persona por cosa frente a la mujer o el hombre al que se le arroja. Yo no soy viejo, viejos son los trapos. Dicho que explica mejor que yo lo que acabo de tratar de poner en claro líneas arriba.

La Grijalba también se enfada porque entiende que la adjetivan y así la insultan, porque la cosifican. Aunque si la sustantivan como vieja también se habría cabreado, seguramente por las maneras que emplea Sancho, y porque es un hombre y porque es un listillo o actúa como tal y le falta al respeto con sus maneras, pero eso es centeno de otro costal.


Anna Freixas en “Yo, vieja”, y sobre todo en las entrevistas que ha realizado para la promoción de este libro publicado en la editorial Capitán Swing, ha dicho que le dejen ser vieja, orgullosamente vieja, como a la mayor parte de las mujeres que hoy lo son, nacidas en los años cuarenta del pasado siglo, con todo tipo de sabiduría, años de conquistas en derechos sociales para todas y todos. Vieja para ella es un término, sustantivo, claro, que está lleno de elegancia y de bienestar, lleno de canas y de arrugas, como dice en sus poemas Mari Luz Esteban, lleno aspectos positivos que hay que defender, cuidar y proteger. “Tengo la suerte de ser vieja porque no la he palmado.”, dice Freixas y: “Somos viejas, viejales, pioneras, veteranas, para qué buscar otros nombres y para qué aparentar otra cosa”, afirma. “Las mismas que luchamos y conseguimos el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de violencia de género y tantos avances hoy tenemos que conseguir otro: y es nuestro derecho a la dignidad”


Creo que es un gran paso este libro y otros de los que venimos hablando para desintoxicar la palabra vieja y llenarla de toda esta visión y sabiduría de las que nos habla la Freixas.

Para acabar, aunque tras la lectura de lo que sigue, alguien encuentre incoherencias entre lo anterior dicho y lo que ahora se expondrá, incluyo una cita un tanto larga, pero necesaria, en la que Carmen Laforet habla de una manta vieja y esta manta simboliza esa vida larga, pero todavía viva con la que nos arropamos, la manta vieja como una vida para tener la dignidad en su punto más alto.

“Hemos corrido si no mucho, todo lo que pudimos ella y yo. Conocimos la carbonilla y las duras tablas de las terceras de los trenes, y hemos dormido en una playa, un verano. Desde que salimos de la isla no habíamos tenido necesidad de descansar apenas en un día hermoso, encerradas entre las paredes siempre estrechas de una habitación. Hasta hoy no había llegado la gripe a visitarnos, y es ella la que nos ha traído este cansancio, este silencio que hay en la casa, este calor de fiebre, que desde luego necesita para desvanecerse una ventanilla abierta, en un tren, por donde pasen coloreadas mantas de tierra, verdaderas, con verdaderos surcos, corriendo hacia atrás, delante de mis ojos abiertos, y que la rugosidad de este viejo tejido que ahora toca mi mano cumpla su verdadera misión, envolviendo mis piernas, como otras veces, para que no las hiele el aire viajero.

El debate está servido.



*La foto que enmarca este post pertenece a un cuadro titulado Las Tres edades, y pintado por Gustav Klimt. Modernismo, decadentismo vienés, Secessionstil y esas cosas, pero la mujer mayor, la mujer anciana, la vieja, se tapa la cara, no sabemos si por vergüenza o porque no le dejan ser vieja en plenitud. El Klimt, por mucho colorín y besitos en sus cuadros, aquí desprecia esta edad de una manera evidente.


Eventos:

MANIFIESTO DE LAS MUJERES VIEJAS de la mano de: Mari Luz Esteban, feminista y profesora de la UPV/EHU DINAMIZAN: Raquel Vélez y Julia Larrimbe, de la red BIZAN.

17 de noviembre de 2021 Horario: Miércoles, de 18:00 a 20:00 Lugar: Salón de Actos CIAM San Prudencio (c/ San Vicente de Paúl, 2)

Organizan: Red Bizan (Servicio de Personas Mayores) y Escuela para el empoderamiento Feminista.

Referencias:

Puntos de vista de una mujer”, Carmen Laforet, Destino, 2021.

Yo, vieja”, Anna Freixas, Capitán Swing, 2021

Don Quijote de la Mancha”, Miguel de Cervantes Saavedra, edición anotada por Francisco Rico, 2004, Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.

La revolución de las viejas”, Gabriela Cerruti, Planeta, 2021.

 

 

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