Las dimensiones del teatro

06/11/2023

Tiempo llevamos ya sin tiempo para surgir por estos lares, estos territorios de reflexión y de quietud. Vivimos en un tiempo rápido, veloz, furibundo, un tiempo que nos impide ser, franca paradoja.

Si atendemos a Heidegger y a sus reflexiones sobre el tiempo podemos afirmar con él que el ser es el tiempo, pero el tiempo vuela y no espera, se nos escapa.

Por eso no sabemos qué hacer con el ser. Da lo mismo la edad que tengamos. Tratamos de conseguir ser alguien en busca del tiempo perdido, cada día y cada hora.

De nuevo, insisto, da igual la edad que tengamos. Eso es accesorio.

Dentro de esas cuitas que nunca pecan de consuetudinarias y sí de lacerantes, ahí, acá, nos encontramos.

Baste decir que el instante de nuestra vida es profundidad, es un antes travestido de presente, es un futuro drag queen de nuestro pasado. Pero puede que no sea tanto.

No somos nada como cantó La Polla Records o como explicaron Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. En esa nada nihilista somos peces que nadan en la nada como determinó Leopoldito, el loco de Mondragón.

Pero dejémonos de sandeces o de tonterías. Echemos a un lado las certezas y vivamos por fin en la incertidumbre, algo tan parecido al mundo que representamos.

Hoy, tras tanto tiempo sin aparecer por estos territorios, traigo versos como quien trae los restos de un pecio abatido por el tiempo, que no es otra que una nueva forma insólita de mar o de amar.

Traigo versos de un poeta que sigue atizando el futuro con su verduguillo, con lo que escribió hace bastante. Se trata de un poema de Jaime Gil de Biedma titulado Nunca Volveré a ser Joven.

En unos segundos lo leerás porque voy a transcribirlo en su plenitud, pero antes, me gustaría que lo escucharas en la voz tremenda y dolida de Miguel Poveda:



Por eso, por lo que escribió Gil de Biedma, por esta advertencia poética insoslayable, porque nos queda tan sólo ser conscientes de las dimensiones del teatro, por eso mismo, por esa certeza que indica la inexorabilidad del No volveré a ser joven, amarremos el tiempo como si de un caballo salvaje se tratare y sigamos dando rienda suelta a una defensa brutal de la alegría, de los cuidados, de la comunidad y de los semejantes a cualquier edad.

Porque no hay tiempo ni joven ni viejo. Porque el tiempo que llena nuestro ser no es ni viejo, ni joven, solamente es tiempo, simple y llananamente tiempo para ser o estar en esa dulce belleza de vivir.

No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma

 

 

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