Erich Fromm, el escritor judío-alemán y miembro de la Escuela de Frankfourt, en su libro “El arte de amar” decía muchas cosas, pero para simplificar, (él, o la que quiera puede comprar el libro o pedirlo prestado en una biblioteca, es accesible, no os lo descarguéis, que también se puede, pero va contra la moral pública), nos quedamos con esta, “ el amor comienza cuando acaba el enamoramiento”.
Esta frase aforística podríamos aplicarla a la línea de tiempo de cada cual ¿Hay un momento en el que tras el primer enamoramiento y después de la ductileza que aporta a una vida plena el amor, este amor se acabare y puede que empiece otro enamoramiento que nos meta como en un ferry en otro crucero de enamoramiento convulso que a su vez derive en una nueva singladura de amor?, ¿Hay edad para el amor? , ¿Hay vacaciones en el mar para cualquier edad?, ¿Existe Benidorm?, ¿Es tan amor aquel de los dieciséis como este que comienza a los sesenta y cinco?, ¿Es la sociedad nuestra tan occidental y judeocristiana, tan emérita y augusta y tan, tan responsable como para no entender el amor nuevo que surge, más bien el enamoramiento que pueda derivar en amor, a partir de una edad provecta, como algo natural?
Son muchas preguntas para reflexiones cuasi clandestinas. Cuando Michael Haneke hizo la película Amor, muchas personas se sintieron extrañamente conmovidas por esa relación que surge entre dos personas a una edad en la que las hojas del tiempo a punto están de fenecer, ¿Volverán las oscuras golondrinas alguna vez?
Porque la savia de nuestros espíritus-árboles-gatas siempre resurge con ese ímpetu y brío de las cosas nuevas florecidas: las yemas del amor. Con una determinada y concreta impedimenta a cuestas, con la que muchas generaciones nacidas en los años cuarenta y cincuenta del siglo veinte, han tenido y tienen que bregar, nuestros cromosomas reeducan sus emocionales inteligencias para cuadrar y equilibrar su corazón con su amar-estar, en el preciso instante en el que surge un nuevo enamorar, ese amor a una edad determinada, pongamos que hablo de los sesenta y cinco en adelante, y que es visto como un tabú en forma de castillo lleno de almenas guardadas por convenciones sociales inexpugnables. Y hablamos de amor hetero, porque si lo ampliamos al amor homo, trasn, lesbik o en resumidas cuentas LGTBI, la libertad de la que enorgullecerse pueden las personas que a partir de los sesenta y cinco años se adentran en esas nuevas alamedas del amor nuevo, del amor distinto, experiencial, del amar en madurez, es tan mínima como el aliento de una hormiga.
En nuestro castellano idioma, hay tantísimas realidades del hecho de amar como para procurar crear el equivalente en número de verbos y/o palabras que amplíen la familia semántica de la palabra amar. Pero solo tenemos un verbo: amar, y tan solo contamos con un sustantivo: amor. Llenémoslo de adjetivos, los adjetivos nos acarician con la edad, los adjetivos puestos a las palabras amor y amar.
Está claro que no es lo mismo amar a los veinte que a los cuarenta o que a los sesenta, ochenta o cien años. Pero pareciera ser que esos terrenos de frescura vital que aporta a gran parte de la sociedad la libertad amatoria, estuvieran vetados a personas que ya han cumplido una edad.
¿Habrá una edad en la que no tengamos edad para amar?, esa es la pregunta que nos podríamos hacer todas y todos para entrar en esta harina pegajosa.
Todo esto sin salirnos de los mullidos sofases de la circularidad esponjosa, amable, aterciopelada y bienpensante de las ideosincrasias sociales, diegéticas de nuestra decente sociedad. En este caso la indecencia es ética. Porque la ética nos dice que no hay edad para poder amar, para poder verse en otro mirar, en otros ojos que son los nuestros, en otra mirada que nos confunde y arrebata, que nos ahoga y nos salva, porque el amor es tan genuinamente vital como la vida misma, da igual la edad que tengamos.
Una propuesta: hay una película dirigida por un olvidado cineasta alemán de los años setenta del siglo XX llamado Rainer Werner Fassbinder. Véanla. Se titula: Miedo a devorar alma. Cuenta la historia de amor de una mujer alemana de setenta años con un emigrante marroquí. Apertura de mentes, porque cuando se abre tu mente, se abre una nueva comarca de libertad legítima que parte de la sociedad esperaba como agua de un mayo que hoy acaba.