¿Es nuestro este tiempo?

14/01/2020

*

No es mío este tiempo.
Y aunque tan mío sea ese latir de
pájaros
afuera en el jardín,
su profusión en hojas pequeñas,
removiéndome,
igual que intimaciones,
no dice ya lo mismo.
Me despierto
como quien oye una respiración
obscena. Es que amanece.
(…)

Jaime Gil de Biedma. / Durante este mes de Enero se han hecho 30 años de la muerte de este genial poeta.

 


La sociedad marca, etiqueta y constriñe las distintas edades que conforman el desarrollo humano. Son convenciones que se convierten en cercos en los que nos podemos mover, nos debemos mover y de los que en ocasiones es difícil escapar. Así, la juventud, la infancia, la pubertad, la adolescencia. Así, la mayoría de edad, la madurez, la vejez, la antigua tercera edad o dorada edad, el momento en el que hemos dejado nuestras ocupaciones, el espacio temporal en el que lo provecto se hace presente.


Desde esas celdas sociales, sobre todo las que delimitan el espacio de las personas mayores, tanto mental, como físico, como social, ea veces es difícil salir. Son marcos mentales, culturales, estereotipos reguladores que impiden en muchas ocasiones aprender otros caminos, abrir otras alamedas. Es como si todo estuviera hecho ya. Es como si todo lo importante ya se hubiera hecho a esa edad. Ocurre que la vida no obedece a esos parámetros. Porque esos parámetros, esos marcos, esas etiquetas, son añadidos culturales que el convenio social nos impone. Uno de los grandes indicadores para detectar la presencia de estos amarres mentales es el lenguaje.

Frases del estilo: «A mi edad no voy a aprender mucho más de lo que sé”, “¡Buf!, con los años que tengo esto no es para mí”, o incluso: “Ya no me hace falta saber más, con todo lo que he aprendido me sobra”. No hay que acercarse a la cosa PNL, una de esas cosas que famosas fueron y ahora no tanto,  para entender todo esto. El lenguaje marca la manera de pensar, como diría Wittgenstein. Loquit, ergo sum. Hablo, luego soy. Hago, luego vivo.


La capacidad de aprendizaje es infinita. No importa la edad. Según algunos autores lo fundamental es el entusiasmo, las ganas, la capacidad que tenemos dentro para seguir creciendo, tanto emocional como intelectualmente. Pero ocurre que con el corte de la jubilación, aparece ante nuestros ojos un espacio desértico, blanco, congelado, tipo glaciar, una comarca en la que parece que todo a nuestro alrededor se confabulara para decirnos que no es posible caminar por otros derroteros, que es imposible ya, a nuestra edad, seguir explorando otros espacios cerca de otros gustos, enamorarse, separarse, dejar lo que fui para ser otra cosa, cargarse de percepciones distintas, llenarse con otras nuevas ideas, abandonar esa zona de confort que ya no sirve, en definitiva, irrumpir en nuevos espacios en los que la vida es nueva otra vez.


La etapa en la que se mueven las personas mayores tiene sus obediencias. En principio el cuerpo no responde lo mismo que cuando uno tenía veinte años, eso es evidente. La biografía se nota en los huesos. Los dolores y las enfermedades se enseñorean de nuestra armadura, de nuestro esqueleto, con una soberbia que deja poco hálito para invocar dioses diferentes a un lamento nostálgico que nos retrotraiga a tiempos anteriores. Eso nos lleva a detenernos si acaso, como fórmula primordial, en el baúl de los recuerdos donde la imagen de lo que yo fui cataliza lo que podemos ser.


Pero hay personas que eluden esta carga emocional y para las que no existe el tiempo, y para las que los años son síntoma de emocionalidad, entusiasmo, ganas de emprender nuevas aventuras y nuevas búsquedas. Vivir es solamente crecer. Y crecer es entusiasmarse con cada segundo vivido a tope. Un Carpe Diem constante, un aprovecha siempre este momento. Sin el crecimiento y el desarrollo humano la vida se detiene. Se detiene como un tren, como un coche al que le faltara la gasolina, como un avión en medio del atlántico al que se le acabó el keroseno, ¿Qué hacer, entonces?, esa pregunta leninista nos atormenta. No hay fórmulas, pero sí ejemplos. Os invitamos a reflexionar acerca de uno de ellos, más bien un consejo. El profesor Keating fue el responsable de esta máxima, cuando se lo dijo a sus alumnos en la recordada película «El Club de los Poetas muertos». En todo tiempo puedes aportar tu verso a tu vida. En cada edad puedes escribirte de muchas formas.


Les contaré un secreto. Acérquense. Acérquense.
No leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana, y la raza humana, está llena de pasión.
La medicina, el derecho, el comercio y la ingeniería son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo o el amor, son las cosas que nos mantienen vivos. Citando a Whitman:

¡Oh, mi yo, oh vida de sus preguntas que vuelven del desfile interminable de los desleales, de las ciudades llenas de necios!,

¿Qué de bueno hay en estas cosas?,

¡Oh, mi yo, mi vida!

Respuesta: ¡Qué tú estás aquí, que existe la vida, y la identidad, que prosigue el poderoso drama y que tú puedes contribuir con un verso!

¡Que prosigue el poderoso drama y que tú puedes contribuir con un verso?

¿Cuál será tu verso?

 

*  Fragmento del cuadro de Caspar David Friedrich, «El caminante sobre el mar de nubes»

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