Contra la mística de la feminidad

25/11/2021

*

(…)

Donde empiezan los líos

es a partir de que una mujer dice

que el sexo es una categoría política.

Porque cuando una mujer dice

que el sexo es una categoría política

puede comenzar a dejar de ser mujer en sí

para convertirse en mujer para sí,

constituir a la mujer en mujer

a partir de su humanidad

y no del sexo,

saber que el desodorante mágico con sabor a limón

y jabón que acaricia voluptuosamente su piel

son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm,

saber que las labores propias del hogar

son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar,

que la diferencia de sexos

brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa

cuando se conocen todos esos secretos

que nos mantenían enmascarados y ajenos.

Roque Dalton

 

En esta sociedad la violencia contra la mujer es sistémica.

Silvia Federici


 

Se plantan las semillas y pareciera que los que lo hacen, sin más lo hacen, pero no es un parco parecer, porque esto se ha hecho desde un antes del nacer, con esa normalidad de violencia blanca que no se ve porque se droga de tradición, de canto invisible y maligno, como sombra negra que acampa espesa en la noche, chapapote tóxico y ciego.


Se plantan por los educandos, por los media y los alisares, por las radios, televisiones y por los dogmas, por los te he dicho y esto es así, por los vientos solanos que vuelan desde un antaño posible entre otros que hicieron imposibles los vencedores de la manzana, los que no entienden el mar con naranjas, un lugar tan desconocido como aquellos, para el que la memoria no tiene recuerdo y sí fiereza impositiva con mandíbula proada.

Se plantan las semillas rosas para las niñas y las azules para los niños y nadie discute ni cuestiona el plantío, la manera ni la forma, tal cual se deja se nombra y se espera la germinación. Se planta sin pensar la desigualdad, unas, las rosas, en terreno abrupto, con tierra más seca que hollejo. Las otras, las azules, en fértil y patriarcal calentura, en bancal donde el sol ayuda y prende mejor los tallos. Unas y otras crecen desiguales.


Si el origen es distinto, los años no lo mejoran. Las canciones no ayudan a compensar la discriminación, tampoco lo hacen los cuentos, ni las películas. Los libros de historia ocultan las germinaciones de unas y esplenden párrafos con las de los otros. La tradición que impuso la hegemonía así lo ha determinado. La violencia blanca así lo decreta. Ellas pasan la vida y miran mucho por la ventana como en los cuadros de Hooper, o leen cartas, como en los de Vermeer, o son golpeadas y drogadas como en los lienzos de Dante Gabriel Rossetti.


Ellos cabalgan sobre los potros de su ley, indiferentes, asesinos de la vida y de los cuerpos, espíritus y tiempos de ellas, y no solo en lo real, en la ficción también son los señoros que despiertan a princesas para encerrarlas en alta torre o en refugios con luz de cárcel que dan con su ventanuco o claraboya a patios de claridad gris y espesura de mermelada tibia.

Ellos ganan siempre más que ellas, pero no lo atinan, no lo ven, no se dan cuenta porque lo normal no se ausculta desde el poder, es muy difícil, dicen. Ellas sí lo ven y al principio lo bisbisearon, luego lo dijeron, al tiempo lo gritaron, lo personal es político, lo dejaron estampado en las calles inmensas durante los ochos de marzo, y aun así, muchos siguieron sin verlo.

Muchas dijeron No.

Una mujer rebelde y libre es aquella que dijo o que dice no, pero algunos, muchos, las asesinan con el concurso normalizado de los titulares y el silencio consiguiente de los números fríos que crecen en los tacos de hojas de los calendarios.


Un silencio blanco como de violencia blanca, invisible, que no deszurce las causas, que no pone las premisas patas arriba, siervo de la moral religiosa y zipaya, cómplice del asesinato.

Ellas vistieron un nuevo lenguaje, le quitaron la piedra a las palabras que les ahogaban la boca y las llenaron de justicia en tanto Friedan, Campoamor, Beauviour, Woolf, Davis, Chimamanda, Atwood, Despentes, Varela, Butler, Oyarzábal, Federicci, Solnit, en tanto tantas, mientras ellos no, no se bajan del burro de la normalidad y sus privilegios.


Ellas nunca quisieron ser princesas, vale ya, por favor, porque ser princesa ha sido cárcel, tortura y muerte. Ellos quieren seguir siendo príncipes, vástagos sanos de la patriarquía bastarda, lelos conscientes de una nobleza que fue inventada para la explotación y el servilismo de ellas.

Esto va de igualdad y el cuento no es que comience ahora, arrancó de gargantas asesinadas hace mucho tiempo. Basta ya de palabras que griten al cielo, hacen falta actos en la tierra y leyes, se requieren pensamientos que destrocen lo normal, esa impostura, ese consuetudinario interés que privilegia a la mitad de la humanidad, en detrimento de la otra, de ellas.


Asesinos de palomas, ahora sí que ya no daremos ni un paso atrás, porque barremos el miedo que habéis plantado en los rincones de nuestros zaguanes. Bruñimos el cobre de la justicia con un canto de libertad inclusivo y revolucionario.

Ellos, los idiotas del culo sagrado continúan frotándose contra ellas sin permiso alguno de ellas en las tinieblas incógnitas de los bares, y ellas soportan y les dicen vale ya hasta tres veces, pero ellos siguen y sí la oportunidad les asiste en el silencio de las calles o los portales dormidos las violan a razón de 10 al mes en Euskadi, por arrojar un dato escalofriante.

Ellas, muchas veces no denuncian, pero se las puede ver cómo llegan tarde a su casa, cómo alargan el camino por calles alejadas para huir sin hacerlo de un infierno al que procuran llegar lo más tarde posible, con suerte de que la bestia esté dormida.

Ellas se separan y oyen a la sociedad decir a su espalda, mira, la separada, qué falda más corta lleva y oyen a sus hijos, mamá, aguanta, y escuchan una letanía gorda y espesa que las abandona y no las acompaña en su tránsito solitario hacia la libertad, porque saben que huyen de su muerte y de su esclavitud, pero lo hacen solas.

Ellas se levantan acongojadas y piden disculpas porque son las trece treinta y no pueden seguir viendo el final de Thelma y Louise ya que están obligadas a llegar a casa y colocarle el plato delante de los belfos babosos a su marido.

Se disculpan con miedo. Ellas se aguantan y ellos no dicen nada cuando un fiscal les dice a ellas que su obligación estuvo en cerrar las piernas y la sociedad enferma acata, y las viola de nuevo.


Ellas mueren a manos del amor de su vida, y como lo amaban tanto las disculpas recaen sobre él. Ellas explotan y nombran la violencia machista y ellos se ríen y perpetúan con sus chistes de la pata quebrada en sus reuniones familiares mientras ellas rascan los restos de comida repegados en tenedores fríos.

Ellas, si cruzan demasiado su línea de sombra y no han sido madres, reciben el desprecio total del lenguaje normalizado que las ayerma y las ningunea: se te pasa el arroz, si no eres madre, no eres mujer completa.

Ellas, que callan en casi todos los temas que les atañen, mansplaining feroz, porque ellos así lo dictan cuando campean a sus anchas en las cenas de uno de los campos de concentración de dios: la familia. Hoy es el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Pero no solo es hoy, es todos los días y lo es en el acabamiento de cada uno de los actos normales que proscriben la libertad de las mujeres.


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La sorpresa del trigo, de Maruja Mallo, (1936)

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