Carros de agua

02/11/2021

Porque si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ése no es otro que el tú de ayer.

Haruki Murakami


El pasado veintitrés de octubre se desplegó una nueva edición de la Carrera de Empresas. Entre los grupos de corredores participantes se encontraba el de Sirimiri Servicios Socioculturales compuesto esta vez por María Valle, Alfonso Alonso, Richard Huaman, David Carrasco y Jorge Sagardoy, todas ellas miembros del equipo de esta organización. En la foto que ilustra este post podemos verlos durante el inicio de la prueba.

Esta carrera va ya por la novena edición. Correr ha sido siempre una lábil o poderosa metáfora del esfuerzo, de la consecución de metas y de objetivos, una imagen de lo que supone la lucha contra los elementos, contra el propio cuerpo y a favor los sueños, de las tareas que se desarrollan para que los objetivos personales y colectivos puedan alcanzarse desde una labor conjunta.

Una de las premisas de esta carrera no es otra que la de establecer un esfuerzo compartido entre los miembros de los equipos que en ella participan y corren. El consabido lema de lo importante no es ganar, sino participar, aquí podría verse alterado por versiones diferentes del mismo, aporto una: lo importante no es llegar sino llegar juntas.

La filosofía popular, el platiqueo que urde muchos de los preceptos con los que arrimamos cultura a los ciscos de nuestra mente, está tan lleno de fraseo refranero como de agujas sólidas de pensamiento.


¿Quiénes corren y para qué corren?, serían dos preguntas en la misma que ya no solo se podrían aplicarse a esta carrera sino a la otra de la que proceden, la de la vida, la del futuro, la del trabajo, la del desánimo, la de la muerte, la de la esperanza.


Este noviembre machadiano dicta sus lecturas imposibles y así suenan: Son gentes que corren, se solidarizan, se esfuerzan, callan y piensan. Y son gentes de abajo, las de abajo, los de abajo.

Son los que alinean productos en lineales de grandes superficies, son los que animan encuentros sociales y actividades en residencias y en centros Bizan, son los que arreglan ascensores, las que y los que hacen ruedas de tractores y se pelean con máquinas y recauchutan la movilidad del mundo y del campo.

Son los que curan y atienden en la sanidad pública, los que corren y las que corren son también aquellas y aquellos que en ese impasse, en ese domingo de otoño frío y de hojas tostadas que se descuelgan de los árboles que el señor invierno desnudará pletórico.

Son las que trabajan en líneas de producción y ensamblan calentadores o lavadoras o cualquier otro producto que resulta del progreso en el que vivimos y desde el que podemos ahogarnos, son los que y las que realmente crean riqueza económica y riqueza humana, los que embotellan bebidas carbonatadas y los que mantienen los ritmos cromáticos musicales de maquinarias tecnológicas y las clorofilas del mundo.

Son las que y los que prestan servicios a la comunidad y se saben comunidad como el grano de mostaza, el escarabajo o el pistilo de una flor se sabe ecosistema.


No sabemos si se corre para llegar o se corre simplemente para ganar fuerzas para seguir corriendo, para continuar en esta rueda mágica o invisible.

Quizá lo más importante de este tipo de encuentro humano desde el deporte sea el esfuerzo compartido, la unión de lo común en defensa de lugares y tiempos que desfallecen si no existe tal conjunción.  


Corren durante seis kilómetros, casi siete, personas muy diferentes encuadradas en equipos detectables y delectables por el color de sus camisetas. No se puede llegar sola o solo, aquí no vale, te desclasifican si lo haces, esta es una de las reglas de esta gesta épica y ética: epiética serendípica.

Un corte de cinta final desde la individualidad escueta no cuenta, lo que importa es el grupo. Si no se llega con los que se ha salido, con los que se corre, da igual el tiempo, es como si no se hubiera llegado.


Suena un tanto cursilón, fácil, esto de la solidaridad y sobre todo si hablamos de empresas, donde la ganancia en este mundo capitalista y neoliberal es lo que funciona, donde la individualidad es lo que prima la prima.

Pero estos pequeños agujeros en el tiempo del crecimiento constante y de las tasas de ganancia desbocada frente a una naturaleza que comienza a desfallecer son un pequeño recordatorio de una evidencia táctil, fértil: si no es juntos, diferentes y diversas, distintos y complementados, no hay meta posible, y si la hay, si damos por hecho el hecho real de que exista una meta, eso hace que prevalezca el futuro, y este no lo será desde la clasificación-descalificación, sino desde la generosidad que al tiempo regala y otorga lo común.


Hugh Hudson dirigió Carros de fuego en 1982, una historia que todavía permanece entre los conos y los bastones de nuestra persistencia retiniana o nuestro fenómeno Phi.

Vangelis fue el  compositor de la banda sonora que todavía hoy, al escucharse, nos transporta a las primeras imágenes de la playa, a la presentación de aquellos jóvenes que salían de los fangales de la primera guerra mundial sin saber que estaban huyendo de un infierno mientras corrían hacia los fascismos de la segunda guerra, los muslims de los campos de concentración y los barros de un mundo donde la poesía ya no sería posible, como dejó sentado Adorno, el filósofo alemán, pero corrían.

En esa película dos mundos diversos, con dioses diferentes, corren a lo suyo,: Abraham, el joven judío que no compite los domingos por ser día sagrado para él, y Eric, el joven de flequillo lánguido que parece agotado nada más empezar cada prueba y mantiene un rigor hercúleo en cada competición en la que participa. Dos piezas simbólicas de un mundo que estalló en pedazos poco después. Dos corredores que no eran nada el uno sin el otro.


Aquí, en esta peli, correr era escapar de uno mismo y de los demás, pero correr y competir también era conocer al diferente y de alguna manera fortalecer el encuentro y una comunicación sumatoria entre universos disímiles que dotan de sentido a un idéntico mundo.

Puede que Murakami, el escritor japonés del que en las primeras líneas se cita una frase de su libro De qué hablo cuando hablo de correr, tenga razón o puede que no en lo que ha dejado escrito y aquí se reseña.


Alguien, tú o yo que corre contra el contrincante más espeso, ese tú de ayer que todavía nos gobierna, un tú individual que no entiende al grupo. La parte más fuerte de una cadena es su eslabón más débil, rubrica también otra populachería. Paradójico este vestal de pensamiento. Lo frágil es lo que cementa la verdadera solidaridad, un valor en desuso en los tiempos que corren, ¿hacia dónde?


Recordarlo no está de más. Es curioso que esta carrera de empresas en este año tembloroso de 2021 haya tenido como salida un punto de la calle Albert Einstein de Vitoria-Gasteiz, tan delicado este año y frágil como la realidad después del guantazo empírico, no fue el único, al que la sometió el científico suizo, austriaco y estadounidense judío con su teoría de la relatividad a comienzos del siglo XX. Einstein era corredor también. Su atletismo mental era también físico.


Entre sus reflexiones figura una que bien puede servir para el final de este artículo, atrévete a ser tu misma, atrévete a luchar contra tu verdad y para que tú verdad sea raíz de lo que te une con los que te sientes diferente, correr para encontrarse, otra paradoja. Si me oye Unamuno me da un beso. O yo a él. En fin: correr para encontrarse en la corriente comunitaria que nos lleva o nos trae hacia metas posibles: una verdad de Perogrullo que a veces se olvida de tan sencilla como es y harto transparente. Más Carros de agua y menos Carros de Fuego. Corro, luego existo. Corro, luego somos.

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